Este nuevo siglo comienza con grandes cambios que
perfilan un mundo con grandes
desigualdades sociales, provocadas por un feroz apetito
del capitalismo financiero imperante. A finales del 2013, el patrimonio de los
que gestionan los fondos de inversión y los fondos de pensiones, en el mundo,
equivale al 75% del PIB mundial. Dicho de otro modo, son el verdadero poder
planetario frente a gobiernos endeudados y con poca capacidad para controlar a
estos consorcios financieros, instalados en la City londinense y Wall Street.
Ellos dictan las normas a los gobiernos, en muchos
casos sin mirar las consecuencias que socialmente causan. Aplauden los
recortes, atendiendo únicamente a los intereses económicos, provocando una
merma en la calidad y bienestar de la ciudadanía en los países. Las grandes
corporaciones hacen ajustes de plantilla (Coca Cola, Iberdrola, Iberia…entre
otros) en aras de una mayor productividad mientras sus ejecutivos cobran plus
de productividad y aumento de salarios, incluso habiendo sido los causantes de
la mala gestión de esas empresas (en España, vemos ejemplos casi todos los
días).
El mercado de trabajo no es ajeno a esta situación
que se encuentra entre la espada y la pared, pues no es capaz de dar salida al
número creciente de trabajadores. El empleo fijo parece cosa del pasado, sobre
todo en la industria. Los convenios colectivos, caso de España, se reducen. Y
otro tanto ocurre con las formas de contratación (aumento de la temporalidad) y
los salarios, en descenso.
En España, la reforma laboral ha llevado al
esperpento de una empresa, dedicada a la limpieza de cabinas telefónicas, a
reducir hasta un 75% el salario de sus
empleados, unilateralmente y sin negociación, hasta que un juez le ha obligado
a dar marcha atrás.
¿Es esto lo que nos espera? Las clases medias ya no
lo son tanto, la OCDE advierte que muchas de las titulaciones tendrán, en el
futuro, fecha de caducidad, la ONU en su Informe sobre “la situación social
2013”, habla del aumento de las desigualdades provocadas por un capitalismo que
ya no necesita tanta mano de obra y mucho menos empleo fijo. Esta realidad,
también ha sido constatada por otros organismos internacionales y ONGs.
Los 85 multimillonarios tienen tanto dinero como
cerca de 4.000 millones de pobres, que ven como su pobreza aumenta y se
feminiza cada vez más, pues son las mujeres el colectivo más desfavorecido
mundialmente.
Lo preocupante, es la falta de combatividad en la
sociedad de aquellos países desarrollados que basaron su desarrollo en el
aumento del empleo estable para fomentar el consumismo y el desarrollo
industrial consiguiente, pero que actualmente se deja llevar por “cantos de
sirena” de una empleabilidad que no llega y que poco a poco les va sumiendo en
una pérdida de derechos que costaron muchos años en alcanzarlos.
¿Será que el consumismo nos ha narcotizado hasta el
punto de aceptar todo con tal de encontrar un trabajo o de no perderlo?
Si hace unos 10 años preguntabas a un español si
preferías “vivir para trabajar o trabajar para vivir”, la respuesta era la
segunda opción, pero tal y como andan las cosas hoy en día, vamos camino de la
primera.
Me pregunto qué queda de aquella frase que decía, “el potencial de un
país son los recursos humanos”, sobre todo cuando vemos a jóvenes cualificados,
españoles, portugueses, rumanos…, emigrar de un país que los necesita para liberar
todo su potencial o se quedan para mal vivir como becarios (la trampa de la
falta de experiencia) o en la economía sumergida.
Una
sociedad educada no tiene que ser sumisa, todo lo contrario, rebelarse contra
la injusticia, la inmoralidad, la codicia y la desvergüenza, es el primer paso
para que las tornas se vuelvan a su favor y reconstruyamos una sociedad más
igualitaria y solidaria, pero mientras pensemos que lo mejor es adaptarse y
esperar mejores tiempos, estamos claudicando ante la codicia de quienes sin
ningún escrúpulo, llaman a la unidad nacional o hacen recaer el peso de la
crisis en los trabajadores (“Trabajar más por menos dinero”) mientras, son su
recortes, aumentan la desigualdad y la desprotección de aquellos que pretenden
defender.
Autor: Juan Manuel Betancor León